martes, 1 de mayo de 2012

COMUNICACIÓN EFECTIVA: BARRERAS

"I like to listen. I have learned a great deal from listening carefully. Most people never listen."
Ernest Hemingway

                ¿Cuántas veces hemos tenido esa sensación de no ser escuchados durante una conversación con otra persona? Probablemente la respuesta sea: muchas. Nos miran al hablar, parecen prestar atención, pero tenemos la sensación de que nos oyen, no de que nos escuchen. 



                Cuando esta sensación surge, estamos siendo conscientes de que no hay escucha activa por parte de nuestro interlocutor. La escucha activa implica esa segunda lectura que hacemos del discurso de la otra persona; implica gesticular, asentir, parafrasear, preguntar, personalizar, en definitiva, hacer partícipe a la otra persona de su papel en el proceso comunicativo. Nos hacemos presentes en la conversación mostrando al otro nuestra atención a sus palabras.
                 En más de una ocasión también puede surgir un sentimiento de frustración e incapacidad, para manejar el contexto y la situación en la cual se desarrolla la conversación, frente a la reacción que puede mostrar nuestro interlocutor ante nuestras palabras. Podemos introducir entonces otro concepto, el de las barreras de la comunicación. Las barreras de la comunicación, tan fáciles de identificar y a la vez tan difíciles de evitar, destruyen y distorsionan la comunicación entre personas facilitando la aparición de los famosos malentendidos. ¿Cuántas veces, manteniendo un volumen y tono ajustado, pausado y tranquilo de voz, el interlocutor ha contestado con un discurso de signo contrario en cuanto a estos aspectos? Es decir, contestando con un volumen elevado, desafiante y exaltado que para nada corresponde con el de la persona que le está hablando. En ocasiones, esta discordancia se debe a la incapacidad del "exaltado hablante" para asimilar la información que está recibiendo ya que puede estar poniéndose en duda su comportamiento o puede estar viendo amenazada la legitimidad de su conducta, y es que al ser humano no le resulta agradable el que alguien reproche su comportamiento, y ante tales circunstancias hay personas que gestionan y salvan esa situación de forma adecuada y adaptativa, pero también hay personas que responden gritando y gesticulando de forma despectiva, impidiendo toda conversación racional.
                 Esta contrariedad o desavenencia sucede fundamentalmente cuando se "pierden los papeles" debido a que nos vemos en la obligación de escuchar una crítica a nuestra conducta, es entonces cuando ante tal situación hacemos gala de algo que deberíamos ir eliminando de nuestro repertorio de respuestas, y al que conocemos como eso de que la "mejor defensa es un buen ataque", esa guerra preventiva ha demostrado que no sirve de nada y ejemplos los podemos tener en esta última década con los cambios sociales que hemos vivido en nuestro mundo de globalización. Nada más lejos de la realidad, un buen ataque en estas condiciones no lleva a nada más que a generar más agresividad, frustración, incomprensión, perplejidad y poco a poco indiferencia hasta una ruptura total y desaparición del diálogo. ¿Qué hacer frente a esto? Empatía y asertividad. La falta o no presencia de cada una de estas competencias se puede considerar como una de las barreras más graves que entorpecen e impiden la comunicación, distorsionando el mensaje que queremos transmitir. Existen otras muchas barreras en el proceso comunicativo, pero considero que éstas pueden ser las más destacables.



                La empatía es esa capacidad, conocida ya por todos, de ponernos en el lugar de otra persona, en cuanto a cómo se puede sentir esa otra persona. Se trata de un concepto vinculado al concepto de  Inteligencia Emocional, y ésta es la capacidad, entre otros aspectos, de conocer nuestros propios sentimientos y emociones, expresar nuestros propios sentimientos y emociones, pero también de reconocer y respetar los sentimientos y emociones de los demás. Es en este último punto en dónde puede flaquear el proceso de comunicación, también en los anteriores, pero de forma quizás mucho más grave en ése: Reconocer y respetar los sentimientos y emociones de los demás. Tan fácil de decir, pero tan difícil de conseguir ya que implica, según el caso, reconocer que se ha actuado mal o que esa actuación ha podido afectar negativamente a los demás, y esto exige un elevado grado de reflexión individual cuyo resultado probablemente no nos guste aceptar ya que estaríamos aceptando que no actuamos correctamente.
                La asertividad hace referencia a esa capacidad de expresar nuestras ideas ante los demás sin atacar sus ideas y respetándolas al mismo tiempo, situándose a mitad de camino entre la agresividad y la pasividad y caracterizándose por la congruencia, el equilibrio o la claridad. Si ya puede resultar difícil desarrollar o potenciar la empatía, para cuanto más el ser asertivo, conceptos que casi van de la mano. Pero quisiera insistir en la idea de que aunque resulte difícil, por el esfuerzo que nos pueda suponer el controlar nuestras emociones en un momento determinado, no es imposible, y debemos plantearlo como un proceso de mejora continua día a día, de evolución personal, como un proceso de mejora y cambio que nos ayudará a interactuar con los demás de forma más saludable y beneficiosa, ya que las personas que gestionan sus emociones de forma positiva desarrollan un auténtico estado de bienestar, el emocional.  
                La gestión correcta de las emociones es fundamental para aprender, tomar decisiones, pensar mejor. Ha de buscarse un equilibrio entre esta forma de afrontar las demandas de una situación y el uso de la razón, sin dejar de lado esta última y teniendo en cuenta esa parte más relacionada con nuestros sentimientos.

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